Sumario: | Estamos en Montevideo, una noche de 1842. El doctor Manuel José García, personaje de larga actuación en la política argentina, está revisando su archivo, leyendo viejos papeles y arrojando algunos al fuego. A su lado, el joven Florencio Varela los hojea distraídamente mientras charla con García. De pronto, un documento llama su atención: es un pliego cerrado, sellado con las antiguas armas de las Provincias Unidas y dirigido a lord Castlereagh, ministro de Relaciones Exteriores -hacia 1815- de Su Majestad Británica. -℗¿Qué es esto? -pregunta Varela-. ℗¿Puedo abrirlo? Asiente García, y Varela empieza a leer algo asombroso. Cuando termina le pide autorización a su amigo para conservarlo. García da su consentimiento; no sabemos si esa noche habló de las circunstancias en que ese documento pasó a su poder. Sabemos, en cambio, que ésa fue la primera vez que se conoció una de las gestiones más increíbles de nuestra historia diplomática. Más increíbles y también más lamentables. Al año siguiente Varela entregó el documento a un joven oficial de artillería a quien sabía interesado por cosas históricas. Se llamaba Bartolomé Mitre, y más tarde lo publicaría en su Historia de Belgrano y de la Revolución Argentina, condenando duramente a su autor. No era para menos. El pliego en cuestión contenía un pedido de ocupación de estas tierras para que ellas quedaran bajo la protección británica. Estaba firmado por el general Carlos María de Alvear, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata...
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