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|a Estaba bajando por la calle Cuarenta y ocho, en el centro de Manhattan, cuando un hombre, vestido con un buen traje y unos zapatos relucientes, bien peinado y con un maletín de piel, me rozó al pasarme. Luego, le vi girar la cabeza y escupir un chicle. Me fijé en el chicle para no pisarlo. Salió disparado más o menos a un metro frente a mí, rebotó contra un árbol y luego cayó rodando en la acera. Se detuvo justo debajo del siguiente paso que dio el hombre, que siguió caminando sin darse cuenta de que el brillante chicle azul se le había pegado a la suela de su zapato. Me reí en voz alta. Y luego me puse a pensar. ¿Cuántas veces nos ocurre lo mismo? ¿Cuántas veces hacemos algo creyendo que es en nuestro beneficio, pero al final se queda pegado a la suela de nuestro zapato, como un chicle? ¿Cuántas veces nos comportamos de una manera que es contraproducente? Los objetivos básicos que todos queremos relaciones satisfactorias, logros de los que enorgullecernos, éxito en el trabajo, ayudar a los demás, tener la mente en paz son sorprendentemente fáciles de conseguir. Pero, en muchos casos, nuestros mejores esfuerzos para conseguirlos se fundamentan en hábitos y conductas que, dicho en pocas palabras, no funcionan. No obstante, tengo buenas noticias: no es difícil solucionar este problema. De hecho, todo lo que necesitas, metafóricamente hablando, son cuatro segundos. Cuatro segundos es el tiempo que se requiere para respirar hondo. Esta breve pausa es todo lo que necesitas para
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